La semana pasada ha sido una semana increíble para mí. Normalmente cuando uno está de vacaciones siempre suele pasárselo bien, pero lo de la semana pasada ha estado por encima de eso. Cuando uno está de vacaciones suele ver sitios bonitos, y/o estar relajado, disfrutar, etc.. Ha todo eso he de sumarle las sensaciones percibidas, en dos etapas, durante la pasada semana.
La historia comienza con la boda de unos amigos, Falk y Laura, alemán él, argentina ella, que conocí el año pasado en mi vivencia en Stuttgart. Obviamente no sólo los conocí a ellos, sino a un buen grupo de amigos, a los que las ganas de volver a ver, de reencontranos, me hacían llegar a Alemania de nuevo sobre-excitado, como siempre que vuelvo allí. El evento cumplió con creces los objetivos marcados, una boda distinta, en un lugar de ensueño, un castillo en una colina junto al río Neckar, y lo mejor de todo, el ya mencionado encuentro con aquellos amigos con los que tan pronto conecté, y que hicimos aquel pequeño grupo reducido de naciones unidas. Parecía que estos 8 meses desde que volví a Galicia no hubieran pasado.
El lunes, en cambio, las sensaciones fueron distintas. Aún en Stuttgart, fuimos al ayuntamiento de Neuhausen, donde estaba empadronado, a borrarme del registro..., y ál salir de allí sentí como si un pequeño trozo de alma se me cayera al cruzar la puerta. No sé bien cómo explicar esta tontería, que para mí no lo es. Fué como cortar el único hilo que aún parecía que pudiera mantenerme unido a Alemania.
Por suerte, tras un día de ajetreo en Madrid, el miércoles comenzamos unas cortas vacaciones en ruta por el norte de Francia: Nord - Pas de Calais, Normadía y Bretaña, para terminar en París asistiendo a la final de la heineken Cup de Rugby. Durante esos cortos y excasos 5 días mis añoranzas alemanas se vieron acomplejadas por la belleza de los lugares: Bergues, a donde fuimos como capricho tras declararnos fans incondicionales del film "Bienvenues chez les Ch'tis" (aquí traducida como "Bienvenidos al Norte"), Caen, Saint-Malo, Dinan, Rennes..., pero sobre todo el Mont Saint-Michel, el cual no podíamos dejar de mirar de día ni de noche, como si un extraño embrujo dirigiera nuestras miradas hacia él, incluso cuando le dábamos la espalda caminando hacia el coche. No hay palabras ni adjetivos para describirlo, hay que ir allí y verlo, sentirlo.
En cuanto a lo de la Heineken Cup, fué la guinda que puso fin a esa gran semana. La sobre-excitación que tuve al volver a Alemania para la boda de Laura y Falk, volvió a encontrarme en el Stade de France, ya al salir de la boca del metro, al unirnos a los seguidores del Stade Toulousain y del Biarritz Olympique, los dos equipos que jugaban la final. Realmente me daba igual quién venciera, sólo quería disfrutar de un partido de mi deporte favorito al más alto nivel, y nunca en mis sueños imaginé que lo disfrutaría tanto. Fué tremendamente intenso, entretenido, con un final dramático que pudo cambiar su signo en el último segundo. Pero el Toulouse ganó... y la semana terminó.
Ahora la nueva semana, esta en la que me encuentro delante del teclado, el ratón y la pantalla de nuevo, trae la esperanza de un curso de programación en el que estoy muy interesado, pero que no termina de confirmarse, y que al menos, me mantendría más entretenido hasta el mes de agosto, sin la angustia de pensar en conseguir un trabajo de cualquier modo.
La realidad se presenta dura, y semanas como la que ha quedado atrás no se prodigan mucho en apariciones. Por eso quedan grabadas en el recuerdo.
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