Muchos de vosotros sabéis que siempre me gustó escribir, y también muchos de vosotros me decís y me repetís lo bien que se me da juntar palabras sobre un papel, o en este caso, en una pantalla en blanco. Lo dicho, me alegra mucho que penséis así de mí, pero de escribir palabras intentando plasmar sentimientos, estados de ánimo, quizá algún tipo de denuncia social o particular, a pensar que podría trabajar para algún periódico, revista, o incluso que si escribiera un libro me lo iban a publicar, va un mundo. Las cosas no son tan sencillas. No es tan fácil.
Lo primero porque hay gente muy pero que muy buena escribiendo por ahí, aunque sea en pequeños y desconocidos blogs como éste. A mi por ejemplo me encanta como escribe Noelia en su (tristemente abandonado) blog de "La caja de cambios". Hay muy buenos escritores anónimos, y sinceramente yo no quiero siquiera considerarme como escritor. Me parecería una falta de respeto a ese gremio.
Lo segundo porque no he estudiado periodismo, ni filología, ni soy licenciado, requisitos que considero bastante importantes (si no fundamentales) para poder entrar a forma parte de la plantilla de un medio de comunicación. Simplemente un grandísimo profesor me inculcó el amor por la escritura más incluso que por la lectura, como haciendo patente que me gusta más dar que recibir. Lo del libro quizá algún día llegará, aunque simplemente lo escriba para mí.
Y por último, de verdad, no es tan fácil. Nunca nada es tan fácil. Se agradecen las muestras de ánimo, de apoyo, y la ayuda. Pero la vida no ofrece tanta suerte. Hay que saber buscar esa suerte, peleando cada oportunidad que se presenta, pero cuando no hay oportunidad es mucho más complicado.
De vez en cuando oyes acercarse un tren, incluso lo ves, viniendo hacia tí. Amigos y familiares te avisan cuando se acerca, o te guían en dirección a la vía por la que salen los trenes. Los importantes pasan delante tuya, inalcanzables porque las piernas se han quedado marchitas de no entrenarlas y no tienes la suficiente capacidad como para subirte a ellos. Entonces te das cuenta de tus pocas posibilidades y rezas para poder llegar a uno de esos viejos trenes, cochambrosos, de los que da hasta cierto pudor subir, pero que es lo único que queda disponible. Y ni siquiera sabes en que momento va a partir. Sólo suplicas que lo haga contigo dentro.